jueves, mayo 12, 2005

Recordando antiguos posts

9:12 de la noche... solo en mi oficina... recordando viejos tiempos. Se levanta de nuevo, por unos momentos, el telón. Sólo para recordar viejas emociones y reflexiones... sólo por eso... solo...

Post de un lunes 27 de septiembre de 2004:

VIAJE INSÓLITO

Con las manos en los bolsillos, como suelo hacer a menudo, recorría la avenida 20 de noviembre. Una brisa ligera rozaba mi piel. El sol se escondió para dar paso al batallón de nubes negras que se precipitaba sobre la ciudad. Pensaba en qué comer. No he ido al supermercado a hacer la despensa. Mi reciente desorganización sumada a cierta apatía ha sido la causa de que mi refrigerador esté casi vacío. La brisa seguía acompañándome en el trayecto a casa. A medida que adelantaba el paso pensaba también en lo que llegaría a hacer después de comer. Ver la película que alquilé y seguir con la lectura del libro en turno. Quizá salga a caminar más noche, si no llueve muy fuerte, porque de que lloverá, eso es seguro. Volteé al cielo y las nubes me avisaban que, como casi siempre, el aire de Xalapa sería lavado por un aguacero torrencial. Se me ocurrió preparar arroz. Me gusta el arroz. Blanco. Es uno de mis sabores favoritos. Una ensalada de verduras y quizá unas sincronizadas, la combinación no es la mejor pero la intención es no salir de casa. Mi departamento se ha convertido en un refugio. Durante mucho tiempo no supe vivir solo. Me refiero a vivir solo de verdad, sin compartir con algún familiar o amigo una vivienda. Llevo dos años viviendo así. He tenido muchos meses para conocer más de mí, para aprender a estar conmigo mismo. He llegado a valorar más el silencio. Es algo sublime. Cerrar por dentro la puerta de casa dejando lejos el murmullo de la ciudad, descubrirme entre unas cuantas paredes donde contemplo lo más íntimo de mí. También acostumbro poner música. Aunque tengo un par de televisores muy rara vez hago uso de ellos. El de la recámara lo utilizo cuando alquilo una película o para ver el noticiero nocturno. Prefiero la música. La elijo dependiendo mi estado de ánimo. Cuando no... el silencio, ese que ha sido últimamente compañero de mi vida. Que me ha ayudado a romper los esquemas del pasado. Que me ha orillado a escuchar lo mejor de mí. Durante mucho tiempo necesité, absurdamente, de la compañía de los demás. No estar solo me era algo indispensable. ¿Porqué razón? No lo sé. La angustia o la inquietud me invadían el pecho a menudo. Hoy eso terminó. Aprendí mucho viviendo en soledad. Aprendí a abrirme y a buscar respuestas que yacían en lo más profundo de mi ser. Soy viajero por naturaleza. Me gusta andar sobre ruedas o con el rostro pegado a la ventanilla de un avión, pero tardé tiempo en enfrentar uno de los viajes más sorprendentes que un ser humano pueda emprender: hacia uno mismo. Algo me orillaba a alejarme de tantas oportunidades que se me presentaron para hacerlo, hasta hace unos meses. Un día decidí dejarme seducir por el silencio y todas sus manifestaciones. Si les dijera que todos esos viajes hacia mí mismo han sido fantásticos les mentiría. El roce con uno mismo puede prestarse a enfrentamientos intensos, puede uno toparse con un cúmulo de valores aprendidos difíciles de exterminar de la noche a la mañana. Algunos de esos viajes han sido exploraciones insoportables, pero les diré algo, enfrentarme a la desnudez de mi alma fue, más que una experiencia valerosa, algo sumamente necesario. Dentro de mí adormitaban decenas de preguntas y todos mis miedos. Lo importante de la “aventura” es no distraerse, no intimidarse y sobre todo ser constante, no pensar en que, si de verdad queremos descifrarnos, lo haremos de un día a otro. Uno no debe escapar de ese proceso. Probablemente esté lleno de altibajos emocionales, de experiencias dolorosas, de nostalgia y llanto, coraje e impotencia, pero la experiencia será también gratificante, enriquecedora e inolvidable. Sólo hay que tener paciencia y así llegará hasta la risa y con el tiempo más hambre de reconocimiento, habrá desdoblamiento, análisis, mucha reflexión y lo mejor de todo... acción. Qué mejor refugio que hallarse sumergido en un mundo de posibilidades donde las únicas paredes que te rodean son tu propia piel. Porque sucede seguido que uno prefiere refugiarse en el mundo superficial del exterior que cerrar los ojos, afilar los oídos y dejarse caer en uno mismo. Con frecuencia yo intenté huir de mi proceso, pero conforme iba más adentro y todo se veía más oscuro, el sonido de mi voz interior, se hacía más nítido. Fue así como el panorama se presentaba cada vez mejor. Ahí estaba Carlos... en un viaje insólito por sus entrañas, por sus miedos más ocultos. Muchos se paralizan. A mí me pasó en repetidas ocasiones, pero uno se acostumbra. Hoy, entre el riesgo de hundirme en mí para buscar la luz y vivir un mundo exterior sin la mínima noción de quién soy, prefiero lo primero. El camino aún es largo. Faltan cientos de viajes por hacer. La vida (y sus designios) nos habla constantemente... es inevitable, encontrarnos en procesos de autoconocimiento, de pruebas, de maduración. En el camino se nos presentan experiencias fuertes, de esas que nos embisten, donde lo ideal sería actuar con las mejores armas con las que contamos, pero en muchas ocasiones, el conformismo, la desidia, el miedo o algún otro sentimiento similar nos caracteriza y es entonces cuando nos damos la espalda a nosotros mismos. Y ahí van algunos, como peces siguiendo la corriente... siempre en fuga... sin sospechar siquiera que ir contra esa corriente significa romper esquemas y cadenas que nos atan al desconocimiento de lo que verdaderamente somos, de nuestro potencial real, porque la libertad comienza desde adentro de uno. Ahí es donde radica la vida, donde podemos escuchar la mejor de las músicas, esa que nos hará bailar y sentirnos libres... al menos a mí me ha funcionado. Hoy llega a mis oídos de manera más limpia una voz que me invita a regresar cada vez más profundo y aunque vivo solo, hoy me siento más acompañado que nunca. Me senté a la mesa a comer... al final me decidí por la ensalada, el arroz y unas brochetas de queso... ahora bebo una taza de café mientras leo mi libro, pero sea esto o lo que sea que haga, ya no me siento como antes. Ahora agudizo lo más que puedo mis oídos y al abrigo de las paredes y del techo de mi departamento observó desde lejos los edificios de la ciudad... y escucho la melodía de millones de gotas que caen para recordarme la vida que surge y se defiende allá afuera... Hoy, adentro de mí, hay también una vida defendiéndose... un espíritu fuerte que por medio de una voz me llama y me recuerda que aunque llueva, truene o relampagueé, los viajes deben continuar mientras que el motor rojo del lado izquierdo de mi pecho no se quede sin combustible...