viernes, septiembre 03, 2004

Al final... yo le quedé debiendo

"¡Me dió de más!" me dijo una ancianita al salir de "La Sopa". Dejé la oficina a las 2:30 pm para resolver algunos pendientes. Andaba con un poco de nostalgia al hombro. Tras pagar mi recibo de luz caminé hasta el restaurant donde acostumbro a comer, un lugar ubicado en el Callejón del Diamante, en el corazón de Xalapa. Mientras comía leía mi diario y fue entonces cuando se apareció ella. Cruzó la puerta con su vestido color rosa mexicano y un mandil de esos de cuadritos pequeños color azul (similar a uno de maestra de maternal), con su trenza larga y su piel del color de la tierra, con la mirada perdida y el peso de una enorme canasta colgandole del brazo izquierdo y el peso de los años y del hambre y de la injusticia... Caminó entre las mesas ofreciendo su mercancía: Bolsitas llenas de pan dulce o de galletitas... Desde mi mesa sólo veía rostros mudos, molestos, miradas de indiferencia y negativas. Una, dos, tres, cuatro mesas y nada. La mirada de la señora se perdía cada vez más. Pasó por la caja y el muchacho que cobra le ofreció un café. Me cayó muy bien el gesto pero la señora no dejó la esperanza y tras murmurar algo siguió su camino. Se acercó a la mesa junto a la mía. Una negativa más. Al llegar hasta mí, le ofrecí la silla para que colocara en ella la pesada canasta. Venía repleta de bolsitas preparadas con pan y galletas de todo tipo. ¿Cuánto cuestan?... 6 pesos fue su respuesta. Estas a 8, señalando unas con un pan más grande. Le compré una de las de seis pesos pero le di 8 con cincuenta que era lo que llevaba en monedas (hubiera querido darle más). La señora, aún con la mirada perdida, tomó el dinero, lo apretó en su mano y siguió su camino. Se le olvidó el café y tras recibir más negativas se marchó. Sólo vi su espalda encorvada y las suelas gastadas de unas chanclas viejas y cansadas que se arrastraban hacia el callejón. Terminé de comer minutos más tarde. Pagué la cuenta y al recibir mi cambio me dispuse a dejar el lugar. Cuando crucé la puerta allí estaba ella. Me estaba esperando. La ví y volví a darle las gracias levantando la bolsita con el pan para que recordara quién era yo. Se acercó y me dijo: "Me dió de más" mientras abría su mano arrugada para presentar en su palma dos monedas de a peso y una de cincuenta centavos. "Joven - dijo con un rostro de confusión- me dió cambio de más". Esa viejecilla me esperó ¡para devolverme 2 pesos con 50 centavos!.... para devolverme algo que no le pertenecía, para demostrar su honradez, su calidad humana... para, sin que ella lo supiera, cambiarme el resto del día con su gesto. Le pedí que se quedara con esas monedas. Que eran suyas. Las miró por 3 segundos, le brillaron sus ojos, las apretó con sus manitas flacas y levantó la mirada para decirme: "Muchas, muchas gracias, que le vaya muy bien", me sonrió y se quedó allí para quizá esperar un nuevo cliente o simplemente para descansar. Yo, seguí el mío, y mientras caminaba de vuelta a mi oficina pensaba que con un gesto de esa magnitud... con esa mirada llena de alegría y esa hermosa sonrisa que me devolvió la esperanza... al final, creo que por donde le vea, fui yo quien le quedó debiendo...