martes, octubre 12, 2004

Arquitectura de lo efímero

No sé si realmente exista el destino, o éste tenga que construirse. Como tener un gran monolito de mármol e ir, con el tiempo, esculpiéndolo, descifrándolo, haciendo con el devenir diario, una figura de él. Quizá así construimos nuestras vidas. Construyendo momentos, vivencias. Vamos creciendo y madurando, vamos dandole forma a nuestro espíritu, definiendo lo que somos y queremos ser.
Caminaba con Erika por Vizarrón. Es un pueblo frío, callado y pequeño, a una hora de Querétaro. Cruzar Vizarrón significa caminar por su calle principal y no más de diez vueltas del segundero en el reloj. Sus habitantes viven del trabajo artesanal con el mármol. En la plazoleta central visitamos su gran monumento: un monolito de 2 metros de altura. El símbolo de la comunidad, su orgullo y esperanza. Nos rodeaba el frío, el silencio... la quietud. Meditaba sobre mi viaje. El tiempo fue benévolo con mis planes y pude llenar, sin prisas, todas mis horas de gratos momentos. Citas, encuentros, abrazos, paseos sorpresa, lluvia, amistad. Me reencontré con la que hoy por hoy es mi segunda familia y con mi amiga Erika. Tomé un café con Martha, lectora de este espacio, y charlamos precisamente sobre el diseño y construcción de nuestras vidas, de nosotros mismos. Tras 4 años de no vernos, mi amigo y hermano Emmanuel y yo, descubrimos que ni el tiempo ni la distancia aminoran el lazo que nos une, seguimos en sintonía y el abrazo del reencuentro fue cotidiano, con el sabor y el saber del siempre que nos hermana. En fin, un viaje más para “regresar” (a los míos y a mí) Lleno de alegría, de familia, mis hermanas, café, barbacoa, cervezas, pastel, nuevos amigos, más comida, más pastel, más café, pan de horno de leña, frío y tranquilidad de pueblo, cielo y estrellas de pueblo también. Al viajar me gusta estar abierto a todo. Las exploraciones por lugares nuevos, no planeados en el itinerario, siempre resultan reveladoras y esta vez no fue la excepción.

Uno “construye” sus pequeños momentos de la mejor manera, los moldea y los disfruta. Viajé 9 horas (más 9 de regreso) para estar allá 3 días, pero valió la pena. El tiempo fue justo para dar un par de cincelazos más a mi vida (y quizá a mi destino) Los momentos son efímeros... me gusta disfrutarlos. Hacer de un día una experiencia única. Cada cincelazo en nuestra “piedra” hace que ésta adquiera una nueva forma, que dura un momento, antes del siguiente cincelazo. Y así se pasa la vida. Con los años la piedra se nos revelará una figura excelsa. Porque a cada momento nos vamos puliendo, vamos llenándonos de experiencias y aprendizaje, que es lo que contribuirá a la forma final de la figura. Nos convertimos quizá en aquello del trillado dicho: arquitectos de nuestro propio destino. La cuestión radica en disfrutar del proceso de descubrimiento. Vivir apasionados esos pequeños momentos que nos hacen reír, compartir, reflexionar, o quizá hasta llorar. Construirlos de la mejor manera posible. Uno no es el mismo cada día. Mañana no seré lo que hoy soy. El cincel del tiempo me moldea. Así que he decidido no preocuparme tanto por mi futuro, mejor me ocupo en mi presente. Y lo que vivo día tras día intento disfrutarlo al por mayor... hasta la soledad, o los silencios, hasta la lluvia y el frío, hasta la melancolía y los vacíos. Y quizá haya cosas que no me gusten de mi presente y de mí, pero lo asumo y lo afronto. Procuro vivir cada instante reinventándome, con tal de llegar a ser aquel que me haga feliz. Feliz a mí mismo para hallar un equilibrio, cierta paz, para estar bien conmigo y por ende con los demás.
Esa es hoy mi prioridad, disfrutar de cada golpe del cincel en mi piedra, sin olvidar que el martillo que decide la fuerza y la posición del golpe... lo controlo yo. Porque... ¿para que estamos en este mundo si no para inventarnos a nosotros mismos?