lunes, junio 07, 2004

De las cosas que oigo...

El sábado hubo Fandango... allá en Los Lagos (un centro cultural). Fandango, la fiesta que hermana a una comunidad. Donde el Son, el zapateado y los versos se adueñan de la noche. La luna coloreaba el agua mientras que en el patio del Centro, junto a la fuente, la fiesta se hacía presente en mi piel. Parado a escasos tres metros de la tarima, llegaban nítidas a mis oídos las voces de los instrumentos: las jaranas, las leonas y los mosquitos. Me temblaba el corazón al sentir el latir de las bailadoras en la tabla. Mujeres de fuego que me hicieron sonreír el alma. Los pliegues de sus faldas se mecían en un vaivén cadencioso que imitaba al mar. Mis oídos atendían hipnotizados las voces del taconeo. Cuando este sonaba, el silencio languidecía en mi pecho. Todo era algarabía. Decenas de personas reunidas en un mismo abrazo: Mujeres, hombres, abuelos y niños, disfrutando de la música y el baile. Todos ellos sonriéndole a la vida cobijados por la misma noche.
Mis oídos se quedaron mudos: los pasos, las risas, las percusiones, el canto de las cuerdas y los versos en el aire delineándose en la intimidad de mi cabeza. Lo ancestral y lo cotidiano llegaban a mí como revelaciones. La vida se abría paso entre la multitud para instalarse en cada uno de mis huesos. Bastó con agudizar bien los oídos y el alma para mojar el espíritu con la música y su alegría. La noche del sábado fue un nuevo renacer. Difícilmente existirá quién no se contagié de vida en un fandango. Yo al menos así me sentí: vivo de verdad.
Y bueno, también le di gusto al gusto. Me bebí un par de cervezas y probé el torito de mango. Comí una barbacoa de pollo en salsa de acuyo y un tamal de elote de sabor indescriptibles, un verdadero manjar de reyes. Ya de madrugada, al dejar el lugar, me detuve en un puente. Debajo de mí cruzaba un chorro de agua que caía sobre una vieja fuente, aunque mis oídos se imaginaban la cascada de una selva en mi pasado. Y mientras la noche y el frío invocaban a los dioses del viento, yo contemplaba la inmensidad del cielo en silencio...

Como no llovía fuerte, decidí caminar a casa... Al pasar por una esquina conocí a Nicolás. ¡Ah que Nicolás! Me detuvo para pedirme fuego. Tenía la ropa humedecida por la lluvia y el rostro empapado de dolor... me acerqué a él y le encendí un cigarro... Noté su tristeza así que me animé a preguntarle lo que le pasaba... y lo primero que me dijo fue: Me quiero morir... sólo eso sé, que quiero que me lleve la chingada... ¡Madres! Qué dices cuando un desconocido te dice eso y según tú el sábado es un nuevo renacer... Me senté con él y simplemente le dije: No sé que te pase pero mis oídos son todos tuyos...
Para qué... la vida es tan injusta... neta, mejor morir y que todo se vaya al carajo... Me dijo que las cosas en su vida simplemente no salen como él quisiera, que no encuentra trabajo, que nada se acomoda, que le va mal en el amor, que todo está del carajo, que ya no lo soporta. Todo me pasa, todo lo malo me pasa... no hay remedio. Yo le contesté ¿La vida: Injusta? No mi estimado Nicolás. A alguien que conocí hace poco le dije esto y hoy te lo digo a ti: Pregúntale a un niño con un tumor en la cabeza si la vida es injusta, o a un enfermo de cáncer en fase terminal. Pregúntale, a un niño de esos que viven en la calle y que en vez de jugar tiene que trabajar para poder sobrevivir, si la vida es injusta. A aquel que está en prisión siendo inocente o a esa mujer que iba a casarse y unos días antes de la boda perdió a su prometido en un accidente de autos (conozco a alguien así) o aquellos que sin culpa viven en medio de la guerra. Ejemplos hay cientos. De verdad, pregúntale a ellos si la vida es injusta. La vida es la vida y hay que saber aceptarla con todo lo que venga...
Pues, yo sólo sé que me quiero morir, que la vida es también injusta conmigo y siempre me va de la chingada ¡Y vuelve la mula al trigo! Una de las cosas que aprendí de mi propia experiencia fue a ser paciente. Lo soy mucho más ahora que antes y decidí serlo en ese instante. Pregunté a Nicolás su edad: 22 años... ¡Veintidós años!... en fin... Me dijo que su vida ya no tenía sentido y que iba en serio eso de quitarse la vida ¡Cómo quería acordarme de un poema de Sabines en ese momento! pero estaba bloqueado. Según Nicolás ya nada tenía remedio, que su vida era un caos. Por eso moría ya de tristeza. Siento un inmenso vacío, neta... me dijo. Así que compartí a Nicolás algo de mi propia historia. Cosas que han sucedido en mi vida. Sólo lo que creí necesario... Le dije lo que muchos hemos oído o dicho infinidad de veces: que el mundo no deja de girar, que existe toda una vida allá adelante, que existe la luz y le compartí lo que un tío me dijo alguna vez: “Mira, en esto estas solo y tu alma, o sea, que estás en buena compañía...”. ¡Vamos Nicolás!, el mundo no es tan malo como crees. Mira todo lo que te rodea: La noche, el frío, el silencio, la luna, la lluvia... Recuerda esto: entre más oscuro mejor puedes ver las estrellas... ¡Carajo! vengo de un fandango, de una fiesta a la vida y tu con tus cosas... Realmente me sacó de mis casillas... Y ahí estabamos los dos, empapándonos bajo la llovizna... Me acordé de lo que alguien me comentó en este blog y se lo dije: Mira, observa como la lluvia limpia el aire de la ciudad, cómo, aunque venga fuerte (como a veces los mismos problemas de uno), llega un momento en que todo se calma y llega la paz... justo donde el universo nos avisa que nueva vida nos espera, como esa precisa oportunidad para empezar de nuevo... ¡Vamos Nicolás! Le repetía, mientras los dos fumábamos un cigarro... ¿Eso quieres? ¿morirte?, vamos, hazlo, acaba con tu vida, que el mundo seguirá su curso... y quizá para esos que te quieren las cosas cambien un poco y el mundo se detenga por un breve instante (qué son unos cuantos meses o años ante el infinito)... pero pasado un tiempo todo volverá a la normalidad ¡Vamos, muérete! Acaba con tu vida y ya... fumémonos otro cigarro y me voy a dormir... Tú mátate y haz con tu vida lo que quieras... Yo... alguna vez sentí eso, ganas de morir, de desaparecer, la salida fácil... Pero ¿sabes? Sólo es miedo, miedo a nosotros mismos, a las circunstancias, no confiar en que está en nuestras manos hacer que las cosas cambien... eso es todo, miedo y falta de fe... Hubo un silencio y de pronto, ocurrió: Nicolás me sonrió (En serio, fue grandioso)... sonrió, ¡el muy cabrón sonrió! Me dijo que era un cobarde que muy probablemente no tendría el valor para quitarse la vida... Lo sé Nicolás, lo sé. Yo mismo no lo tuve... y nunca lo haría... No señor... Hay que ser valientes y dejar que las cosas fluyan... que todo pasa por algo (ahora lo sé de verdad) Y compartí con él un poema de Jaime Sabines que si me sé de memoria...

“Si sobrevives, si persistes, canta,
sueña, emborráchate.
Es el tiempo del frío: Ama,
Apresúrate, el viento de las horas
barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: Tú no esperes,
éste es el tiempo de vivir, el único.”

Te lo regalo, es tuyo... le dije... A veces la vida es tan cabrona, me dijo... Yo sólo asentí. Los dos reímos... El frío y el agua nos envolvían completos así que me despedí de Nicolás y ya hasta ese momento me preguntó mi nombre... Y enseguida me dijo gracias... Yo sólo le obsequié lo que amigos míos me compartieron alguna vez, cuando era yo ese que no soportaba la vida... Nos dimos la mano y cada quién tomó su camino... Antes de irme me pidió que le regalara mi encendedor... Se lo dejé... No sé quién seas pero gracias, en serio...me dijo. A lo que yo contesté: Sólo alguien más en este mundo que descubrió la lluvia y que hoy muere... pero por vivir...

Epílogo

Caminé directo a casa mientras oía el golpeteo de la lluvia en el suelo empedrado. Mientras oía todos los sonidos que puede adquirir el silencio. Mientras el canto del frío seducía mis oídos y cientos de gotas se peleaban por encontrar un lugar seco entre mi ropa para al fin descansar...
Llegué a casa y tras secarme, cambiarme y prepararme un té, hallé el poema que hubiera querido decirle a Nicolás en aquella esquina bajo la llovizna de sus ojos...

“CUANDO TENGAS GANAS DE MORIRTE
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y verás qué hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.

Cuándo tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya.”

Jaime Sabines