martes, mayo 25, 2004

HOY...

Mi disco de The Music, la rutina matinal de ejercicio, mi taza humeante de café y una dósis de determinación sirvieron para sacudirme la melancolía. La nostalgia despertó conmigo hoy, más pegada a mi cuerpo que las sábanas mismas. Yo simplemente decidí no iniciar mi martes arrastrando el ánimo rumbo a la oficina. Súbitamente, durante el regaderazo, agité el corazón para retirar esa sensación de hastío y tristeza. Xalapa me ha dado motivos considerables para sumergirme de lleno en la vida, una vida de descubrimientos constantes y prefiero hacerlo en un estado anímico positivo. Juan Villoro dijo alguna vez algo así: “crecer conlleva pérdidas sin consuelo que sólo admiten remedios imaginarios, como la literatura”. Así que en esta aventura de enfrentarme a la vida y sus secuelas he intentado hallar precisamente ese remedio. Embriagarme de filosofía o fantasía para explorar otros mundos. Aprender y aprehender ideas, visiones y experiencias ajenas para digerir mejor mi realidad. Leía entonces por la mañana mi libro de cabecera, Recuento de Poemas de Jaime Sabines, que me autoreceto casi todas las noches antes de perderme en los sueños. Y ojeaba uno de sus poemas:

¿Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas? ¿Es que vivimos sólo para tener memoria de nuestra vida? Porque sucede que hasta la esperanza es memoria y que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir (...) fragmento

Tras vestirme y dejar el departamento me dispuse a iniciar mi día, sin esperar nada, simplemente vivir... de la mejor manera posible, sin extraviarme en los recuerdos. Eso es lo único que quiero hacer: vivir y ubicar mis expectativas en lo más simple (aunque algunas veces es mejor prescindir de ellas) Dejar fluir las cosas y seguir avanzando con la mirada al frente, sin asomarme demasiado al pasado. Quizá sólo andar sin pretender visualizar un destino determinado, sino más bien sólo avanzar, abrirse paso en el mundo en compañía de uno mismo.
Camino al trabajo entonces, me dispuse como hago regularmente, a escuchar y observar a mi alrededor, por la calle empedrada de siempre. Sentía la brisa de la mañana en el rostro y la luz del sol en la carne de mis ojos. Escuché el canto de unas aves que reposaban en unas ramas y pude ver al abuelo de siempre en su mecedora de mimbre viendo pasar la gente y el tiempo. Respire el olor a pan que huía de un local cercano y lo mantuve el resto del día en los pulmones, para por ratos, recordarme lo extraordinario que resulta estar aquí hoy, de pie, disfrutando de las cosas del mundo.