jueves, abril 22, 2004

De las cosas que veo...

Lo brillante de la oscuridad.
Gabriela tiene 27 años, sólo un año más que yo... y a pesar de su ceguera no acostumbra usar gafas oscuras para disimular el daño y lo muy blanco de sus ojos... Esperabamos el mismo camión y me pidió que le avisara cuando éste llegara... 4 minutos y los dos ya abordabamos la Ruta 2 pero con destinos distintos. Me senté a su lado y charlamos un rato. Me contó que su hermana prepara palomitas, plátanos fritos y chicharrones que colocan en bolsitas y de ahí en una canasta con la que se para en una esquina transitada de la ciudad. Se les terminó el aceite así que bajo al centro a comprar más. Me atreví a preguntarle sobre el proceso del cobro por sus frituras, si reconocía bien las monedas que le daban como para poder dar bien el cambio. "Si -me dijo- sé hacer eso- y no falta el gracioso que me quiere tranzar pero de bruta que me dejo". "Aunque no lo creas puedo ver mucho más que muchos que van en este camión (se rió), incluso más que los que están allá afuera aunque muchos a veces me ven como menos o sienten lástima o ya de plano me ignoran, como si no me vieran". Me contó que no le gusta que la gente la vea así, que cuando quedó así, hace como 8 años, en vez de hundirse en la tristeza o llorar por el accidente, trató de no ver esto como una desgracia. Que por el contrario aprendió a ver hacia su interior, que puso mucho más atención en las tinieblas -así lo describió ella- de su nueva vida. A pesar de todo terminó la prepa pero después sólo ha trabajado para ayudar a mantener a sus hermanitos. Me subrayó que su ceguera es sólo física pero que ve más que muchos que contamos con el sentido de la vista. Que aprendió a examinar sus adentros y que se dió cuenta que no perdió nada sino que ganó una especie de don, que Dios la había bendecido porque ahora nada la distrae, ahora se concentra más en sí misma, en sus entrañas y en lo que la rodea. Que no es que agradezca el accidente pero que ahora ve las cosas más claras que antes. Como había quedado, avisé a Gabriela que su parada era la próxima y me dió las gracias por ayudarle y platicar. Si yo casi ni abrí la boca, pensé. Ella continuó su camino y yo sólo pensaba... ¿No tiene sentido lo que esa humilde vendedora de frituras me dijo? Extrañamente traía justo conmigo (llámese casualidad) un pequeño libro de poemas de Jorge Luis Borges y al repensar las palabras de Gabriela, de su sentir en cuanto a su "incapacidad física", me acordé del Borges en mi mochila y me preguntaba ¿No el mismo Borges era ciego? ¿No pudo él también, como Gabriela, percibir mucho más luz que muchos otros? Ver tan claro todo a través de la oscuridad y, a pesar de ella, obtener de su noche eterna una vasta obra de valor inmensurable. Cómo lo dijo un amigo "Ciego no es aquel que perdió el sentido de la vista, porque hay ciegos que ven más allá, y hay quienes ven, pero no miran, esos sí que están ciegos". Leí que Borges sufrió porque en infinitas ocasiones el bisturí del médico tocó sus ojos en la desesperada búsqueda por no alejarlo de la luz, por no condenarlo a las sombras, pero a pesar de eso supo agudizar el oído para escuchar con suma atención las voces de su interior. Cómo el mismo escritor lo plasmara alguna vez:

"(...)Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso
(...)
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
(...)
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy." (fragmentos del poema Elogio de la sombra de Borges.)

Borges señalaba que no pretendía hacer de la ceguera un paradigma y cometer así la aberración de asegurar que es el estado ideal del hombre, porque de ser así todos seríamos ciegos. Pero señaló que el ciego habrá de buscar en su interior, en lo más indescifrable de su ser. Que si realmente busca, encontrará... Un maestro amigo mío escribió que Borges posee esa mirada especial que lo hace trascender, que lo aleja de la mayoría de los hombres: la mirada del alma.

Yo me pregunté, tras recordar a Gabriela haciendose pequeñita a mi vista conforme el camión se alejaba ¿De qué diablos nos sirven a miles los ojos si a pesar de ellos muchas veces no queremos ver nada? O muchas veces insistimos en perdernos en el mundo de afuera, rodeados de la infrenable contaminación visual que procuce la publicidad, o invadidos por una apatía ineherente a este embrollo de la postmodernidad (¿o modernidad aún?). Lo que sea, ¿de qué nos sirve la mirada si nos perdemos en el concreto, en la rutina, o como escribió Cortázar una vez, "en la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo"? ¿de qué nos sirve el poder de la vista si nos olvidamos de ver algo de lo más importante: en nosotros mismos? Yo, debido a recientes experiencias me he aventurado a eso y a dejarme seducir por el YO de mis entrañas. He tratado de usar la mirada del alma, de vislumbrar ese que soy desde adentro para proyectarme mejor más alla de la piel. Es un buen ejercicio, intentar no ser ciego ante ciertas cosas... Porque pasa que muchos insisten en no ver por ejemplo, al anciano del sombrero en la esquina, a la niña de las rosas de la noche, o al niño-payaso del semáforo de siempre. O el verde intenso del camellón rumbo a la escuela o el trabajo, o el ave trinando desde el cable de luz o desde las ramas, o la forma de la nube que avisa la proxima lluvia, o el sol que se desliza suavemente allá en el horizonte, o el verde que lucha por un poco de oxígeno en la ranura del adoquín del boulevard... Esas son cosas que veo, que me gusta ver. Cosas o situaciones que procuro enfocar y que luego traslado a mi interior, donde las disfruto como fotografías cada vez que quiero. Y también veo el frío y el olor a tierra mojada y cada vez más ese que soy por dentro, ese que siente, que anhela, ese que me habla desde la médula... Me gusta echarme un vistazo de vez en cuando; así conozco cada vez más de este que soy y quiero ser e igual si lo sigo haciendo algún día sabré quién soy yo.
Me gusta aventurarme en ese proceso, afilar los sentidos, en especial la vista... así sé que el día que pase por una esquina no me perderé el gusto de toparme y ver a la hermosa Gabriela (olvidé mencionarlo antes pero es una mujer morena de rasgos indios y excelsa belleza) y así quien quite y me vuelva a platicar un poco de lo último que ha visto por ahí...

“Ojalá que desaparezca para que las cosas que veo se vuelvan perfectamente hermosas, por no ser ya, cosas que veo.” Simone Weil