miércoles, noviembre 03, 2004

Bajo la sombra del frío

Anoche mi soledad se lleno de ti. Decidí no dar batalla a la memoria. Dejé que los recuerdos hicieran su trabajo. Hoy, al abandonar las sábanas revueltas con la esencia que dejaste al pasar por mi sueño, caminé hacia la ventana de la sala, desde donde se ve la ciudad. Una niebla espesa invadió las calles y abrazó los edificios. Todo había desaparecido. La gran bocanada del tiempo se divertía haciéndolo todo invisible. La bruma presionaba los vidrios. Dudé en abrir la ventana, pero después de un par de minutos lo hice. Tonto de mí, creí que al hacerlo la niebla me golpearía, se metería hasta lo más profundo de mí y te arrancaría de adentro. Eso no pasó... así que tras desayunar algo y abrigarme bien, me arrojé al frío y a la inercia de mi vida. Resolví algunos pendientes de la agenda y más tarde me detuve en aquella cafetería. Sí, justo en esa. Me compré el café frapé que solíamos compartir, con crema batida y todo eso. Compré uno pequeño. El grande es demasiado para mí solo. Me senté en una banca del parque y disfruté el sabor de la bebida helada en mi paladar. Pobres palomas, no había quién las alimentara esta vez. Creo que por eso se marcharon. Por cierto, me agradó que te pararas de la banca y también te marcharas dejándome solo. Me hizo bien. Sabes que no sé ser egoísta pero esta vez tenía que ser así. Compré el café sólo para mí, para dejarte ir así nada más (disolviendo tu imagen con el sabor amargo de tu recuerdo) sin forcejeos absurdos con el inconsciente... sólo con la certeza de que hoy perteneces a otro lugar, a otro tiempo... a otros nombres. No sé porqué apareciste de nuevo. No sé siquiera porqué malgasté mi energía llevándote conmigo hasta aquel sitio. Solo sé, que cuando las palomas alzaron el vuelo, dejando el parque vacío y gris, quisé creer que lo hicieron porque en algún lugar lejano el concreto ardía por el sol. Después de un rato, me fuí también, dándole la espalda a tu sombra y a la soledad de aquel lúgubre escenario. Apresuré el paso, metí mis manos a los bolsillos e inhalé profundo llevándome una porción de aire frío a los pulmones, con la esperanza de congelar la opresión que se sembró en mi pecho en el mismo instante que vi tu silueta diluirse en la neblina...